Fotos: Cañada Real Soriana Occidental. Lagunilla (Salamanca) Santiago Bayon Vera
Trashumancia
en España Peninsular y el Medio Natural.
Desde que en 1920 se publicó el famoso
estudio de Julius Klein sobre la Mesta, numerosos historiadores han ido sumando
a él los propios. Unos se refieren al mismo organismo mesteño; otros, a los
caminos que los rebaños tuvieron reservados para el desplazamiento y a las
repercusiones del paso de las ovejas y sus sesteaderos sobre el esquileo, el
comercio y el laboreo laneros. Sin embargo, se relaciona poco la trashumancia
con las constantes físicas a las que hubo de acomodarse, quizá porque se piense
que las principales de tales constantes, que son las climáticas y las del
herbazal que se deriva de ellas, no requieren mucha explicación, a fuer de
obvias y conocidas. Pero también las topográficas y las fluviales incidieron en
los itinerarios. Y, en cualquier caso, faltan a nuestro entender análisis de
los movimientos pecuarios de antaño —o de los residuales de hogaño no
mecanizados— y de sus rutas con esta otra perspectiva, es decir, a través de
los hechos natura-les que los condicionaron. Con la presente exposición
pretendemos rellenar algo ese vacío.
Los
Itinerarios.
Los movimientos realizados con las
reses responden a la dificultad de alimentar una grey importante sobre los
mismos predios durante todo el año y, a la vez, a la conveniencia de aprovechar
recursos lejanos, que, de otra forma, estarían inactivos o infrautilizados
cuando en los de partida escasean o no existen. Así, la práctica del traslado
estacional de animales ha estado muy generalizada en la España peninsular. Ha
existido incluso en la de clima atlántico. No sólo porque hasta ésta
penetraran, traspasando los puertos de las montañas galaico-leonesas y
cantábricas, los hatos procedentes de invernaderos extremeños o manchegos; también
debidos a que, con estos de alejada procedencia meridional, compartían el
herbaje estival algunos de asentamiento invernal próximo. Es lo que ocurría en
el siglo XVIII, por ejemplo, en el asturiano concejo de Somiedo con dos o tres
mil cabezas ovinas propiedad del monasterio de las Huelgas de Avilés. Y lo que
durante siglos han realizado los «vaqueiros de alzada», remontando con sus bóvidos
la vertiente septentrional de la Cordillera Cantábrica para que pacieran las
brañas de ésta durante el verano. Vacadas de La Vera de Gredos suben todavía
por la calzada romana del puerto del Pico, en el Sistema Central, para herbajar
desde junio hasta octubre en las abulenses umbrías serranas. Y, efectuada la
derrota de mieses en los secanos cerealistas de cualquier región, se trasladan
a ellos rebaños ovinos que se alimentan en el rastrojo mientras lo estercan con
sus escíbalos. Más desde que se emplean cosechadoras en el trajín agrícola, ya
que dejan más grano caído que el que otrora perdían los segadores y escapaba al
posterior apaño de las espigadoras.
El
trasiego buscaba, pues, zonas que fueran diferentes en su economía agraria
porque lo son en sus caracteres naturales. Espacios adehesados y labrantíos,
por ejemplo. O llanos sequedales y montañas cercanas y más húmedas. Eso
permitió aumentar las existencias pecuarias. Y en tal grado se realizó el
aumento que no bastó la cercana complementariedad de recursos y se alargó el
desplazamiento. Pronto surgiría el deseo de organizar caminos de exclusivo uso
pecuario que no interfirieran con los intereses de los propietarios de panes o
vides. La prohibición de que penetrara el arado en tales caminos permitía a los
animales el pasturaje sobre la marcha. Son las cañadas, cordeles, veredas,
galianas, coladas, cabañeras... por los que aún se practican movimientos de
corto radio y los pocos que se realizan todavía mediante marchas que duran unas
cuantas semanas. No existen mapas en los que se represente el denso entramado
que formaron tales vías ganaderas; ni siquiera uno que señale lo que resta de
ellas al presente.
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